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ENTRECHILENOS

LA CHILENIDAD NO ACABA EN LAS FRONTERAS DEL PAIS

Esta reflexión quiere ser una respuesta a las voces que desde la derecha chilena se alzan para defenestrar a priori el intento que se quiere hacer para permitir que los cientos de miles de chilenos que vivimos en el exterior podamos ejercer nuestro derecho a voto.

por Rafael Araya Masry    

 

Para muchos han sido razones de índole económica o laboral. Para otros, el forzado o forzoso exilio que en su momento significó casi con seguridad salvar la vida. La propia y la de los más cercanos para preservar de ese modo el derecho de los que vendrían después, aquellos que habrían de nacer y crecer en una cultura diferente de esa que conocieron sus padres. La que enseñó a añorar el color y el sabor de nuestra geografía, de nuestras canciones, nuestra gente. Aquella que muchas veces significó más de una lágrima en medio de un mar de añoranzas, o de una añoranza en medio de un mar de lágrimas, la misma que nos hizo permanecer siempre cerca de equipajes nunca del todo desechos y atentos a la posibilidad de un regreso visto y esperado quizás a la vuelta de la esquina como una forma de que la esperanza perviviera, alimentada por deseos que sólo la identidad primaria puede darnos, la de sentirnos chilenos. Tanto como el que más y no menos que ninguno.

Por todo esto es que duele más aún que hoy alegremente se diga que quienes vivimos fuera de nuestro país no podemos gozar de las mismas prerrogativas que quienes sí lo hacen, como si el hecho de no residir en Chile implicara necesariamente un estigma que nos ubica como chilenos de segunda categoría, condenándonos a una situación de ser verdaderos parias ante nuestros legítimos derechos ciudadanos.

Cuando por derecha se afirma  que “quienes viven en el extranjero no pueden votar en las elecciones ya que no sufren directamente las consecuencias de lo que elige el país” Senador UDI, Hernán Larraín), se olvidan ellos que muchos de los que enfrentan esa situación -tal vez la gran mayoría- no residen en Chile porque personajes como él fueron partícipes y cómplices directos de un modelo de represión y de exclusión económica, política y social de una gran mayoría de compatriotas en momentos en que decir “voto” era mala palabra.

Pero al parecer, el trasfondo de esas lamentables afirmaciones provenientes desde la más anquilosada derecha política, tiene su justificación en alegres cuentas de orden aritmético respecto a la esencia y tendencia del voto que pudiera emitirse desde el exterior.

Y es ahí donde puedo darles la razón, porque sin duda el más alto porcentaje de quienes hoy estamos fuera de Chile, casi con seguridad no apoyaríamos a esa derecha excluyente y autoritaria, es decir, contribuiríamos a sostener y avalar con nuestro
sufragio una forma de ejercer el gobierno que garantice las más caras aspiraciones de equidad, de crecimiento con justicia social y de inclusión de los más desvalidos.

Peso toda esta oscurantista posición de la derecha más recalcitrante tiene que ver con la vigencia de un sistema electoral perverso que no contempla la voluntad esencial de las mayorías electoras, el sistema binominal, verdadera última trinchera de una forma de entender al país a partir de la conservación de prebendas emanadas desde los tiempos de la dictadura militar y de las cuales, sin duda, son los únicos y grandes herederos y beneficiarios.

El libre ejercicio de los derechos ciudadanos es inherente a la condición primaria de ser chilenos independientemente del lugar en donde nos toque vivir. Es demasiado tiempo y demasiada historia lo que avala esta premisa esencial. La búsqueda de la  sobrevivencia política por parte de la derecha ha encontrado un camino absolutamente favorable en la vigencia del actual sistema electoral. Porque no sé en dónde estarían hoy unos cuantos parlamentarios de las fuerzas políticas que la representan si ése sistema fuera de representación proporcional. Porque escudarse en una supuesta forma de “dar gobernabilidad al país” no alcanza. Es sólo retórica destinada a justificar su incapacidad de ganar en juego limpio y una forma mañosa para preservar aquellos nichos de poder donde sus intereses no se vean amenazados.

Ya conocemos bien lo que significa quitar sus derechos ciudadanos a muchos compatriotas exiliados por diversas razones. Sin ir más lejos se me viene a la memoria la figura de Orlando Letelier, a quien ellos quitaron inclusive su nacionalidad a días de ser asesinado a manos de la siniestra DINA en una calle de Washington por expresa orden de Augusto Pinochet. Ni hablar del auto exilio del Libertador, Don Bernardo O´Higgins, luego de abdicar al poder para evitar una segura guerra civil, dirigida por esa misma derecha conservadora que veía en sus posiciones liberales una amenaza en ciernes para sus privilegios. También le fueron cercenados sus derechos.

Es hora entonces de terminar de una buena vez con esta injusticia de años que sólo ha significado un profundo sentimiento de frustración entre quienes desean ejercer su sagrado derecho a voto desde el exterior. Es hora de que el sistema electoral en Chile sea modificado en aras de garantizar la igualdad de oportunidades para elegir y ser electo. No nos basta a los que estamos lejos con añorar nuestra patria desde la memoria y regocijarnos con el sabor de nuestras comidas, con un encuentro deportivo o con la simple evocación de la patria. Necesitamos sentirnos iguales a todos los chilenos a partir del libre ejercicio de nuestros derechos.

Porque nuestra condición de chilenos no puede ser prisionera del capricho de una clase política que desde la derecha nos ve tan sólo como una amenaza a sus cálculos proselitistas. Tenemos el derecho de ser y sentirnos iguales a todos nuestros compatriotas, porque aún desde la distancia tenemos vivo el fuego de ser chilenos a cabalidad con los mismos deberes y derechos que  cualquiera que hoy habite nuestra larga y angosta faja de tierra. 

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